Desde hace tiempo quería abrir un blog que pudiera actualizarlo según mi horario y mis ganas, pero antes que nada que no fuera necesaria la constancia de comentar los partidos que pasan todos los días. Buscando nombres, de vacaciones y con mucho trabajo surgió la idea de "el carnaval de la posguerra", un espacio para comentar, publicar y tocar los temas de mi interés. El nombre lo escogí de esta fiesta peligrosa y dolorosa de estar vivos en un país como éste, con crudas realidades y con una oscura vida desde lo que cuenta la historia. Tomé así como punto de referencia este proceso que actualmente vivimos que "no es de paz, pero si es nuestra posguerra".
Ahora, me faltaba la fecha. No sabía cuando hacerlo ni porque. Decidí, por fin, hacerlo este 11 de Noviembre, como un homenaje a mi gran tío Libo García, por su fecha de nacimiento.
Hermano de mi papá, 61 años de edad, uno de mis tíos más cercanos. Tardes en parque, cafés con "don Chusito", tantas veladas de los juegos florales en su recuerdo, tantos carros, competencias y motos grandes; accidentes, muchos amigos, demasiados conocidos. Sí, mi tío Libo era famoso en Quetzaltenango y sobre todo en la cuadra del Parque Central. Jubilado y sin obligaciones se paseaba en el Centro Histórico todos los días, llegando a McDonalds tipo 6 de la tarde. Se sentaba, saludaba a los viejitos y se tomaba una taza de café mientras abordaba rápidamente algún tema de Harley Davison o del Xelajú. A eso de las 10 se iba a descansar ya pasadas 4 horas entre charlas, cafecitos y periódicos.
Llegaba el fin de semana; al medio día acostumbraba bajar al Servicentro, trabajo de mi papá. Se sentaba a leer el periódico mientras se comía poco a poco las manías que compraba en el camino. Yo lo saludaba con un abrazo y siempre me preguntaba por mi mamá y por mi hermana. Una bolsa amarilla y una roja bajo el brazo me decían que llevaba, como siempre, tres quetzales de tortillas y una libra de queso de pita. Luego venía la hora del almuerzo, él se venía con nosotros. Entraba a la casa y mirando a los canarios, a los gatos y a las plantas le aconsejaba a mi mamá un fertilizante. Le pasaban su cocido de verduras y antes de empezar hacia sus tortillas con queso. Al terminar siempre me decía que fuera a traer unas rosquitas, pero saladas. Mientras se las comía me platicaba de sus viajes, me contaba sus anécdotas, me hablaba de motores. Después se levantaba, volvía a comentar de los fertilizantes y se iba a la farmacia a comprar unas pastillas. Regresaba a traer a mi papá, y dejaba las pastillas olvidadas.
En la tarde solíamos ir a algún lado, y más noche le pasábamos dejando las pastillas.
Esa fue su vida durante muchos años, hasta el viernes 26 de marzo de este año. Caminaba por uno de los lugares de siempre y el mareo de quien ha viajado mucho llegó a su equilibrio. Se puso pálido y solo nos dijeron que estaba desahuciado. Murió el martes 30 y desde ese momento mi percepción de la vida y la muerte cambió demasiado.
Hoy, mediante la palabra que aquí escribo le hago un homenaje, y les confieso a ustedes cuanto lo extraño a él y a su cariño de tío. Definitivamente, conocía muchos caminos pero no el de la muerte, y es ahí donde él viaja ahora.
Siempre lo recordamos con amor,
por la barba y porque
la onda es tranquila muchá