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martes, 28 de junio de 2011

Árbol de la niñez de mi madre

Mi arbol brotó, mi infancia pasó,
hoy bajo su sombra que tanto creció,
tenemos recuerdos mi arbol y yo.

Alberto Cortez

Y, en cordial semejanza,
buen árbol, quizá pronto te recuerde,
cuando brote en mi vida una esperanza
que se parezca un poco a tu hoja verde.
José Ángel Buesa


Entender que el panorama sobre el árbol siempre será bello para un niño. Que la tarde se pierde en el efecto contraluz que dan las hojas por la debilidad del sol. Que a la hora de la refacción el tío Edgar puede estar perdido entre las ramas, o apoyado inseguramente sobre el tronco del más viejo del barrio. Y es que haber vivido con los ahora doctores, amas de casa, vendedores, ingenieros y padres de familia, solo puede contarlo un árbol, un árbol que ha caído con las manos de su gente.

Ahora entiendo porque la gente del barrio saluda a mi madre y recuerda a mis abuelos, entre las costumbres de los niños siempre existió aquella hora en la que corrían para montarse al tronco, el café con pan que mi abuela les daba, los perros que corrieron a mi tío cuando cayó del otro lado de la casa, el miedo irrefutable de las mujeres al no poder bajar. De como el madero pueda ser parte de esa historia, y como la historia puede ser parte del madero.

Ver pasar tantas personas por su cuerpo, tener escritos los nombres en su corteza, reconocer la ausencia de otros en el ruido místico de las hojas caídas en otoño.

Algún día entenderás que la sombra es tu conciencia.




domingo, 13 de febrero de 2011

un catorce de febrero

en este catorce de febrero
no prometo regalarte trozos de mi vida
ni peluches gigantes
ni chocolates amargos
ni este corazón que lleva tu nombre
ni mis sueños rotos en medio de la nada
ni un abrazo terco
ni una risa
ni un buen beso

en este catorce de febrero no prometo
hacerte una llamada
dejarte un buen mensaje
o escribirte un mal poema

no prometo tocar el timbre de tu casa
ni saludar a tus padres
ni decirte hipocrecias

solo prometo
dormirme en tu antebrazo mientras hablas
rendirme a tu piel y a tus secretos

y ser feliz mientras te amo.

sábado, 5 de febrero de 2011

carta de dolor mientras me despido de la mujer que amo

Nunca me juzgues cuando te amo. Entonces, soy un extraño y taciturno. Y escribo estas torpes palabras que te buscan ciegamente
Otto René Castillo


Estoy hablando solo, lo sé. No me escuchas, ni me quieres, ni me comprendes, ni me conoces. No sabes hasta ahora que te amo, irremediablemente. No sabes -tampoco- que te siento. Siento tus pasos, y me duelen demasiado, como rayos que me queman cuando pegan en el piso. No sabes que me siento mal, que en mi cuarto espantan, que te extraño, que te quiero, que te necesito.

No me siento tranquilo, me siento triste. Siento que de pronto extrañaré la nada, lo que nunca fuimos, lo que me hablaste del amor, especialmente, cuando lo sentiste.

No te reconozco; no eres la misma que me despedia con cariño, ni la que me contaba esas frustrantes historias cada minuto de la tarde. No sé quien eres, lo juro, porque has cambiado y eso crea en mi este jodido sufrimiento.

No sé si estoy viviendo, jugando o soñando. No sé si te merezco, si me mereces, si ambos seremos felices. No sé si hablarte valdrá la pena, si este amor fue cierto, si lo perdí, si somos huella del silencio o solamente la herida en la memoria.

No sé que quiero, ni tú lo sabes, ni lo sabremos. No sé de que tamaño es mi tristeza, mucho menos la verdad, mucho menos el amor. No fue posible tenerte, ni pronunciarte con el alma atascada en esta boca que recita las palabras que diré al morir. No quiero olvidarme de tu voz, ni de tus ojos, ni de tus manos. Quiero encontrarte cuando estés perdida, quiero darte vida, quiero darte estas palabras y perderme junto a ti en un abismo de sentimientos y de ausencias. Quiero hablarte, y decirte bellas cosas al oído, y sufrirte y volver a enamorarme. Quiero perder junto a ti todo mi tiempo, viajar a la realidad del pasado y volver a conocerte.

Quiero sentirme solo con tu pelo, con tus besos, con tus miedos, con tus diferencias. Quiero buscarte en la soledad que sufro y no encontrarte. Sangrar por un minuto de presencia en este partido corazón, sangrar por un poema, para que lo lleves en la espalda, para que lo tires, para que lo comas, para que lo sientas, para que lo sufras y recuerdes en la muerte que yo también existo.

Quiero que me ignores, que me extrañes, que llores. Quiero que acabes con los detalles de esta historia, que la inventes en tu sueño, que la hagas realidad.  Quiero que al morirte me reserves un poquito de tu cielo. Quiero que al llorarte, saborees mis lágrimas. Quiero que al llamarte me contestes, quiero que al quererte tú me quieras. Quiero hablar contigo y que me escuches con los ecos de conciencia. Quiero ganarme un abrazo, tocar la puerta de tu cuarto y que nadie me conteste, prenderle fuego a las cartas que mandamos. Quiero reirme de la vida, disfrutar los nueve meses que nos quedan.

Quiero ser la luz de tu camino, ser tu espejo roto o simplemente conocer tus huellas digitales.

Quiero pedirte perdón, porque nunca entendí que ninguno de los dos vale la pena.







sábado, 22 de enero de 2011

Apunte a media clase mientras pasa el tiempo

a   P.A.S.


Hay una voz que habla y no es la tuya,
porque suena bien.

Pasa el tiempo
                   y los minutos
son cada vez más largos
                 y detonadores

de sueños y de sentimientos.


Pasan los minutos,
yo te olvido.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

la posguerra

Hace catorce años, a la mitad del infierno armado se lograron por fin los Acuerdos de Paz. Todos creyeron que la lucha armada acabaría y empezarían los años de gloria; desarrollo económico e ideológico, industrialización, convivencia pacífica y tantas cosas más de las cuales ninguna se logró.

Hoy, a catorce años solo podemos decir que paz nunca hubo; estamos en un lugar donde solo quedan ruinas, sueños, una moneda llamada quetzal, corrupción y cosas que nos han descifrado que esta es nuestra


posguerra